Tabacalera vuelve a tener cuadrillas: historia de una singular visita a las instalaciones de Cimadevilla

Un éxito la visita a la Antigua Tabacalera de Gijón con la participación de medio centenar de personas

5 de febrero de 2024

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Una concurrida visita guiada repasa la historia del inmueble: «Está muy cambiado». Sandra F. Lombardía
04·02·24

El edificio de Tabacalera cuenta, a su manera, un buen pedazo de la historia de Gijón. La versión más resumida se cuenta solo desde el patio central. Empieza en torno al siglo III, con el pozo romano –que data de la misma época que la muralla de la ciudad–, salta al siglo XVII con su aljibe barroco –que las religiosas de las Agustinas Recoletas hicieron a pocos metros de los restos romanos, que para entonces ya estaban tapiados y que jamás vieron– y llega hasta 2002, cuando las cigarreras de la fábrica de tabacos salieron por última vez de trabajar. Y ayer, durante un rato, Tabacalera volvió a tener vida: medio centenar de personas visitaron el inmueble por iniciativa de la asociación de amigos de los museos arqueológicos (Amag), recientemente creada. «Era una pena que estuviese tan cerrado», aseguraron los visitantes.

Buena parte de los asistentes jamás habían visto cómo luce el edificio tras su rehabilitación. Algunos explicaron sentir curiosidad por el apartado más histórico del edificio, como fue el caso de Raquel García, una gran aficionada de la materia que llevaba años deseando ver de cerca un edificio que se traía ya estudiado de casa. Otros, como María José Viña, explicaron sentir también un apego más personal por el complejo. «Mi abuela vivía en el barrio y cuidaba a los niños de las cigarreras mientras trabajaban», explicó. Todos iban protegidos por cascos –el inmueble está rehabilitado, pero su reforma está todavía diseñándose– y siguiendo obedientes a sus dos guías, los arqueólogos Rubén Montes y Paz García Quirós. Les acompañó, en una discreta segunda fila, Paloma García, directora de los museos arqueológicos de la ciudad.

El pozo romano, tras las labores de impermeabilización del edificio –se comprobó, según explicó Montes, que se nutría canalizando agua de toda la parte occidental del Cerro–, luce ahora vacío y seco por primera vez, así que sus muros se aprecian ahora con mayor claridad. «Tuvo un gran interés arqueológico porque, por la ausencia de oxígeno, se pudo recuperar un caldero de madera y trozos de suelas de sandalias que tendrían que de normal hubiesen desaparecido hace siglos», aclaró el arqueólogo. En el patio, las paredes están visiblemente «heridas» –también en palabras de Montes– como muestra de los muchos cambios que fueron sufriendo con las religiosas, primero, y con los obreros, después. Se aprecian los viejos arcos barrocos y las humildes ventanas industriales. «El impacto de la historia industrial fue muy notorio y todo luce muy cambiado. El patio solía ser abierto y se cubrió porque la actividad no paraba de crecer. Sin embargo, había elementos industriales que en su día se destruyeron», lamentó, por su parte, García Quirós, que defendió la mayoritaria presencia femenina en la fábrica: llegó a acoger a más de 2.000 cigarreras.

 

 

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